sábado, 19 de abril de 2025


El abismo que nos sostiene

Siempre me ha fascinado mirar el cielo. Perderme en la inmensidad del firmamento, en ese océano de luz y sombra…

Por: Nosotros.Press , En: Códigos de poder Opinión , Día Publicado: 16 marzo, 2025

David Vallejo

Siempre me ha fascinado mirar el cielo. Perderme en la inmensidad del firmamento, en ese océano de luz y sombra donde cada estrella es un punto suspendido en la eternidad. Desde niño, alzaba la vista y me preguntaba qué habría más allá de ese lienzo estrellado, qué misterios se ocultaban en la inmensidad. Con el tiempo, entendí que el cielo, más que un espectáculo, es un libro abierto. Cada luz, cada sombra, cada fragmento de oscuridad cuenta una historia. Y en el corazón de nuestra galaxia, en el lugar donde la noche se vuelve más profunda, existe un titán invisible que ha moldeado el destino de todo lo que conocemos: Sagitario A*, el agujero negro supermasivo que gobierna la Vía Láctea.

El ser humano ha mirado el cielo desde el inicio de los tiempos, buscando en él respuestas y presagios. Babilonios trazaron mapas de los astros creyendo que su movimiento revelaba el destino. Egipcios erigieron templos alineados con las estrellas, convencidos de que el cosmos reflejaba el orden divino. Griegos imaginaron esferas celestes perfectas, un universo armonioso donde cada planeta seguía una danza eterna. Durante siglos, el cielo fue sinónimo de certeza, la bóveda inmutable bajo la cual transcurría la vida. Hasta que todo cambió.

Copérnico desplazó a la Tierra del centro del universo. Galileo apuntó su telescopio y descubrió que los cielos no eran perfectos, que la Luna tenía cráteres, que Júpiter tenía lunas propias. Newton descifró el lenguaje oculto que rige el cosmos y reveló que todo en el universo, desde una manzana que cae hasta los planetas que giran, obedece a la misma fuerza: la gravedad. Con cada descubrimiento, el cielo dejó de ser un lugar de certezas y se convirtió en un abismo de preguntas.

A finales del siglo XX, los astrónomos notaron algo inquietante en el centro de nuestra galaxia. Estrellas orbitaban alrededor de un punto invisible con una velocidad que desafiaba toda lógica. Algo allí, en ese núcleo oculto tras polvo y gas, poseía una gravedad tan extrema que obligaba a cuerpos masivos a moverse a velocidades impensables. No se veía nada, pero su influencia era absoluta. No emitía luz, pero su presencia deformaba el tejido del espacio-tiempo. Era un agujero negro.

Sagitario A*, un coloso de cuatro millones de veces la masa del Sol, una región del espacio donde la materia desaparece en un abismo sin retorno. Un monarca sin corona, un rey invisible cuyo dominio se extiende sobre la galaxia entera. No destruye indiscriminadamente, no arrastra a las estrellas en su interior como en las viejas películas de ciencia ficción. Su papel es más sutil, más complejo. Su gravedad es la fuerza que mantiene el orden en el caos. Regula la formación estelar, estabiliza la estructura de la galaxia, define su evolución a escalas de tiempo inimaginables. Lo que parecía un devorador absoluto es, en realidad, un arquitecto silencioso.

Desde la Tierra, no puede verse a simple vista. Su existencia se revela en el movimiento de todo lo que lo rodea. Lo que mantiene la estructura de nuestra galaxia no es una estrella brillante, sino un vacío insondable. Un objeto que no emite luz, pero que impone su orden en la inmensidad.

Si Sagitario A* fuera del tamaño de una moneda, la Tierra seguiría siendo más grande que él, pero su gravedad nos arrastraría en un instante. Su horizonte de eventos, la línea invisible donde el tiempo y el espacio se deforman irremediablemente, mide aproximadamente 25 millones de kilómetros de diámetro, es decir, cabrían 17 planetas Tierra en fila dentro de él. Si pudieras caer en un agujero negro como este, el tiempo para ti se desaceleraría al acercarte al horizonte de eventos. Un observador externo te vería congelado en el tiempo mientras te estiras en una espaguetificación cósmica.

En 2019, el telescopio Event Horizon captó la primera imagen de un agujero negro, el de la galaxia M87, mostrando el halo de gas incandescente que delata su existencia. En 2022, logramos capturar a Sagitario A*, confirmando su presencia con nuestros propios ojos.

El universo está lleno de estas paradojas. En la historia humana, las fuerzas más poderosas rara vez son las más visibles. Los imperios han sido moldeados por ideas antes que por ejércitos. Las revoluciones no nacen en explosiones, sino en pensamientos que germinan en la oscuridad. Lo que realmente mueve al mundo rara vez se anuncia con estruendo. La gravedad no se ve, pero todo lo que existe le debe su forma.

En miles de millones de años, la Vía Láctea se encontrará con Andrómeda en un choque de colosos. Lo que a simple vista parece una catástrofe cósmica será, en realidad, un nuevo orden naciendo. En el centro de ese caos, Sagitario A* y su equivalente en Andrómeda iniciarán una danza gravitacional que los llevará, inevitablemente, a fusionarse. De esa unión surgirá una nueva galaxia, con un agujero negro aún más colosal en su corazón. Lo que hoy conocemos será irreconocible. Pero el orden seguirá presente, reconstruyéndose desde las cenizas del antiguo sistema.

En 5 mil millones de años, el Sol se convertirá en una gigante roja y luego en una enana blanca, pero la Vía Láctea y Andrómeda ya estarán fusionadas para ese entonces. La materia visible es solo el 5% del universo. El resto es materia oscura y energía oscura, fuerzas invisibles que mantienen la estructura del cosmos. Cada galaxia grande tiene un agujero negro en su núcleo, pero algunas albergan monstruos con miles de millones de veces la masa del Sol, como TON 618, uno de los más masivos conocidos.

El cielo ha cambiado muchas veces desde que el hombre lo miró por primera vez. Lo que se creyó eterno resultó efímero. Lo que parecía caótico reveló estructuras profundas. La Tierra dejó de ser el centro. Las estrellas resultaron mortales. La luz misma, insuficiente para explicar el universo. Pero en cada descubrimiento, el asombro se ha mantenido intacto.

Sigo mirando el cielo como lo hacía cuando era niño. Las estrellas continúan allí, titilando en la noche. Pero ahora sé que en el corazón de nuestra galaxia, más allá del resplandor de millones de soles, existe una fuerza silenciosa que lo mantiene todo en equilibrio. Un abismo que organiza el caos. Un vacío que gobierna la inmensidad. Un titán dormido cuya influencia se extiende más allá del tiempo. Mirar el cielo es perderse en la inmensidad, para encontrarse en ella. Te invito a hacerlo con frecuencia.

¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA y Sagitario A* lo permiten.

Placeres culposos: Mirar al cielo estrellado mientras escuchas The Overview de Steven Wilson.

Playlist para la ocasión: The Beatles, Across the Universe; David Bowie, Space Oddity; Soundgarden, Black Hole Sun; Frank Sinatra, Fly me to the moon; Elton John, Rocket Man; The Killers, Spaceman; Muse, Supermassive Black Hole; Coldplay, A Sky Full of Stars; The Smashing Pumpkins, Tonight, Tonight; Alejandro Santiago, Andrómeda; Café Tacuba, La Locomotora; Alejandro Filio, Esta Inmensidad; Mexicanto, Coincidir.

La flor del principito para Greis.

Crédito