sábado, 19 de abril de 2025


Los marcianos de Miramar. Placeres culposos.

Uno de mis primeros recuerdos de la infancia es Miramar. No como un lugar geográfico, sino como una emoción. Una…

Por: Nosotros.Press , En: Internacional , Día Publicado: 16 abril, 2025

David Vallejo

Uno de mis primeros recuerdos de la infancia es Miramar. No como un lugar geográfico, sino como una emoción. Una playa infinita, de dunas altas, de arena suave y familias felices. Íbamos con mis papás, mi hermano Federico y mi tía Hilda, cuando todavía no nacía mi hermana y todo parecía más simple. A veces pienso que el tiempo no pasa, sino que se va acumulando en capas de memoria como la arena en la orilla. Recuerdo rodar por esas dunas con una risa escandalosa, como si cada caída fuera una forma de volar. Recuerdo a mi papá recogiendo conchitas, caracoles y galletas de mar para su “museo del mar”, que era en realidad un rincón de la casa donde exhibíamos nuestras joyas salinas, hallazgos insignificantes para el mundo pero sagrados para nosotros. Recuerdo a mi mamá limpiándonos los pies con agua de un bote antes de subir al coche, como un ritual antes de volver a la civilización. Luego venía la pizza con la tía Hilda y después la casa de los abuelos para convivir, cenar y ver Siempre en Domingo.

Después crecí. Y ya no era de conchas de mar, sino de memorias más complejas. El playazo, los amigos, el fútbol americano en la arena ardiente, los conciertos en Semana Santa, las ampolletas que eran aquellas botellas miniatura de cerveza Corona que hoy parecen piezas arqueológicas de una generación en extinción. Y la mirada perdida en el horizonte al amanecer, como si el sol supiera algo que nosotros todavía no. La playa se volvió punto de encuentro, santuario y testigo de adolescencias intensas, de amistades profundas, de esos momentos que no sabes que son inolvidables hasta que ya pasaron.

Pocos años después, regresé y las dunas ya no estaban. El mar seguía ahí, pero parecía un poco más cansado. Llegaron los mapaches, los botes de basura oxidados, y una atmósfera gris que parecía decirme que todo eso ya había sido. Caminé por la orilla con la nostalgia a flor de piel, como quien visita la casa de su infancia y se encuentra con habitaciones vacías. Miramar, por un momento, pareció haber olvidado lo que alguna vez fue.

Pero en estos días volví. Esta vez con mi esposa y mi hija. Y para mi sorpresa, Miramar había despertado. Vi una playa limpia, con más orden que nunca y sobre todo viva. Miles de personas, familias, y, aun así, sin caos. Con anuncios de conciertos otra vez, con protección civil al pendiente, con depósitos de basura color aqua donde antes había abandono. Y sentí algo que no había sentido en años: orgullo de mi playa y esperanza del porvenir. Hay momentos en que merece la pena alzar la voz, no para criticar, sino para reconocer que las cosas se están haciendo bien, y en esta ocasión, Ciudad Madero ha dado un paso firme en la dirección correcta.

Caminé con mi hija por la orilla, recogimos conchas, y pensé en mi papá. Pensé en su museo del mar. Y supe que el ciclo se estaba repitiendo. Me prometí ver un amanecer con mi esposa e hija, como antes, pero distinto. Como una promesa que se hereda.

También vi en el camino a la playa un espectacular donde aparecían dos simpáticas representaciones terrestres de marcianos disfrutando la playa. En serio. “Miramar la playa de todos, los de aquí y los de allá” se observaba en la lona, como si fuera el título de una película de ciencia ficción ambientada en la playa de mi infancia. Me enteré de que hay toda una narrativa construida por personas que aseguran haber visto cosas extrañas en la zona. Luces en el cielo, figuras flotando en la costa, objetos inexplicables que salen del mar. Algunos habrán visto esas cosas bajo el influjo del alcohol, claro, pero son tantos los testimonios que uno se pregunta si tal vez… solo tal vez… hay algo más.

La ciencia es clara. Hasta hoy, no hay prueba concluyente de vida extraterrestre. Hemos detectado miles de exoplanetas en zonas habitables. Hemos olido el metano en Marte y captado vapor de agua en las lunas heladas de Júpiter y Saturno. Hemos escuchado señales extrañas del cosmos, explorado atmósferas lejanas con el telescopio James Webb, y enviado sondas a los confines del sistema solar. Pero todavía no tenemos a nadie a quien estrecharle la mano, o la antena. La posibilidad existe. La prueba, aún no.

Y sin embargo, yo sigo soñando. Porque nunca he visto nada extraordinario. Nunca una nave, ni una sombra luminosa, ni un mensaje cósmico, menos un fantasma o algun objeto que se mueva de manera inexplicable. Y tal vez por eso sigo yendo. No para ver a los marcianos, sino para sentir lo que sentía. Para recordarme tan feliz con mis padres, con Federico, con mi tía Hilda, con mis amigos, y ahora con mi familia. Y porque en una de esas, bajo el cielo despejado de Miramar, me toca ver algo. Lo que sea. Un destello, una luz distinta, una estrella fugaz que parezca saludarme.

Y si no lo veo, igual volveré. Porque no necesito pruebas para seguir creyendo que algunos lugares tienen su propia magia. Miramar, para mí, siempre fue una playa sagrada. Ahora, además, tiene marcianos. Y eso, aunque parezca un chiste, me reconcilia con la idea de que el mundo sigue teniendo rincones donde todo es posible, como Miramar, la playa de todos.

¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA o los marcianos de Miramar no me secuestran.

Placeres culposos: Empieza la nueva temporada de Black Mirror.

Por cierto leí que va a presentarse Proyecto Uno…No pares, sigue sigue, No pares, sigue sigue…

Una estrella de mar para Greis y Alo.

Crédito