Rómulo, Remo y Khaleesi. Placeres culposos
¿Se acuerdan del ratón con pelaje de mamut? Hace poco escribí sobre ese pequeño experimento de biología sintética que parecía…

¿Se acuerdan del ratón con pelaje de mamut? Hace poco escribí sobre ese pequeño experimento de biología sintética que parecía una anécdota curiosa, pero que en realidad marcaba un punto de inflexión. La misma empresa detrás de aquel roedor prehistórico —Colossal Biosciences— ha anunciado ahora el nacimiento de tres lobos modificados genéticamente con genes del lobo gigante (Aenocyon dirus), una especie extinta hace más de 10,000 años. Los han nombrado Rómulo, Remo y Khaleesi. Tres nombres simbólicos para tres organismos que nacieron en el laboratorio, pero que representan mucho más que una proeza técnica: encarnan el dilema contemporáneo entre lo posible, lo deseable y lo desconocido.
Los nuevos ejemplares no son réplicas exactas del lobo gigante. Son lobos grises actuales a los que se les ha insertado un conjunto específico de genes de su ancestro extinto, lo que les otorga una morfología más robusta, un pelaje más denso y ciertos rasgos conductuales presumiblemente similares. En otras palabras, no estamos resucitando al pasado, sino reinterpretándolo con las herramientas del presente. No es una clonación. Es una reingeniería biológica guiada por mapas genéticos antiguos.
La tecnología detrás de este logro se llama CRISPR, una técnica de edición genética que permite insertar, eliminar o alterar segmentos específicos de ADN con una precisión sin precedentes. Pero no es solo una cuestión técnica. Es también una decisión filosófica, política y ecológica. ¿Qué significa traer de vuelta una especie extinta? ¿Qué implica insertar en el presente a un organismo que dejó de formar parte de los equilibrios naturales hace milenios? ¿Qué pasaría si esa criatura volviera a caminar en los bosques del norte, donde todo a su alrededor ha cambiado?
Hay quienes ven en estos proyectos una promesa de redención: la posibilidad de revertir errores históricos, de devolverle al planeta parte de la biodiversidad perdida, de compensar —aunque sea simbólicamente— los daños causados por la expansión humana. Otros lo interpretan como una advertencia: el deseo de corregir el pasado puede hacernos olvidar que no entendemos del todo el presente. Y que cada organismo está vinculado a una red ecológica compleja que no puede ser recreada artificialmente sin consecuencias.
Porque el problema no es solo biológico, es también contextual. Aunque se logre reconstruir el cuerpo de un lobo gigante, no se puede reconstruir su mundo. No se pueden recuperar los paisajes glaciares, la megafauna que cazaba, los patrones migratorios, ni la interacción con otros depredadores ya desaparecidos. Lo que se obtiene es un híbrido entre pasado y presente, un organismo funcionalmente nuevo con rasgos antiguos. Una especie que, en sentido estricto, nunca existió.
Y sin embargo, las tecnologías empleadas en estos procesos podrían tener aplicaciones extraordinarias en la conservación de especies actuales. La edición genética puede ayudar a aumentar la variabilidad genética de especies en peligro, hacerlas más resistentes a enfermedades, o incluso adaptarlas mejor al cambio climático. En lugar de enfocarse en traer de vuelta lo extinto, podríamos usar estas herramientas para impedir nuevas extinciones.
El dilema, entonces, es ético. ¿Queremos un mundo donde los laboratorios sean capaces de rehacer la vida? ¿Tenemos el marco regulatorio y filosófico para enfrentar esa posibilidad? ¿Estamos preparando a nuestras sociedades para convivir con organismos que desafían las categorías tradicionales de lo natural y lo artificial?
Porque cada uno de estos experimentos además de desafiar los límites de la ciencia, también nos enfrenta con una pregunta más profunda: ¿qué es lo que realmente valoramos de la vida? ¿Su forma, su historia, su función, su belleza? ¿O su misterio?
En este cruce de caminos, Colossal y otras empresas similares están editando la narrativa de la evolución. Y quizás por eso, más que admirar o temer lo que hacen, debamos entenderlo con seriedad. Porque lo que está en juego no es solo la biología de un lobo, sino la relación entre la humanidad y el mundo que heredamos… o que estamos empezando a reescribir.
¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA y los lobos gigantes lo permiten.
Placeres culposos: Esta semana se estrena el nuevo disco de Épica y en el cine, el amateur.
Un junquillo para Greis y Alo.